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La ciudad de Dios

piter, rey de los dioses, porque con esto, dicen, pronosticaron que la nación Marcial, esto es, los romanos, á nadie habían de ceder el lugar que ocupasen; que ninguno había de mudar los términos y límites romanos por respeto al dios Término, y que la juventud romana, por la diosa Juveutas, á nadie había de ceder en valor y constancia. Adviertan, pues, el aprecio en que tenían al rey de sus dioses y dador de su reino, supuesto que le oponían tales agüeros, teniendo por presagio muy favorable el que no se le hubiera cedido el lugar preeminente; aunque si esto es cierto, nada tienen que temer, ya que no han de confesar ingenuamente que sus dioses, que no quisieron ceder á Júpiter, cedieron por necesidad á Cristo, ya que sin detrimento ni menoscabo de los límites del imperio pudieron ceder al Salvador los lugares en donde residían, y, principalmente, los corazones de los fieles. No obstante, antes que Cristo viniese al mundo en carne mortal; antes, en fin, que se escribiesen estos sucesos que referimos y citamos de sus libros, y despues que en tiempo de Tarquino tuvieron aquel agüero, fué roto en distintas ocasiones el ejército romano; esto es, le hicieron huir, y demostró ser falso el agüero que aquella juventud no había cedido á Júpíter; la gente marcial, vencida y rota por los galos, fué atropellada y degollada dentro de la misma Roma; y los límites del imperio, pasándose muchas ciudades al partido de Aníbal, se encogieron y estrecharon demasiado. Así salieron vanos sus admirables agüeros, y quedó contra Júpiter la contumacia, no de los dioses, sino de los demonios; porque una cosa es no haber cedido, y otra el haber vuelto al lugar desde donde habían cedido, aunque también después en las provincias del Oriente se mudaron los límites del imperio romano, queriéndolo así el emperador Adriano.

Este concedió graciosamente al imperio de los perses Tоио I.

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