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San Agustín

los dioses, Bus melancolías y enojos, ni estuvieron exentos (según refieren las fábulas) de disensiones y guerras, no sólo como vemos en Homero cuando los dioses, unos favoreciendo una facción y otros la otra, ayudaban á dos ejercitos contrarios, sino cuando también sostuvieron sus propias guerras, como la que tuvieron con los titanes ó gigantes. Estas particularidades no sólo se dicen, sino que se creen muy neciamente, y realmente no son más que unos sofismas lienos de vanidad y de suma liviandad. Y ved aquí, entretanto, palpable lo que confiesan los que defienden á los dioses de los gentiles; pues cuando añade después que esta doctrina pertenece á la superstición, y aun á la religión que él, parece, enseña según los estoicos; porque no sólo los filósofos, dice, sino también nuestros antepasados distinguieron la superstición de la religión, en atención á que todo el día rezaban, prosigue, y sacrificaban porque les guardasen después de sus días á sus hijos santos y supératites, por cuya devoción los llamaron supersticiosos.

¿Quién no advierte que Cicerón procura aquí, por temor de no contravenir al uso y costumbre de su ciudad, alabar la religión de sus mayores, y queriéndola distinguir de la superstición, no halla medio para poderlo hacer? Porque si los progenitores llamaron aupersticiosos á los que todo el día rezaban y sacrificaban, acaso no los denominaron así los que instruyeron los simulacros de los dioses, los delinearon de edades diferentes, de distinto traje, y describieron sus sexos, casamientos y parentescos? Estas preocupaciones, sin duda, cuando se reprenden y motejan como supersticiosas, la misma culpa comprende á los antepasados, que establecieron y adoraron semejantes simulacros, que á él mismo, que por más que procura con el artificio de su elocuencia desenvolverse y librarse de ella, con todo, le era necesario é indispensable tributarles culto y ado-