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La ciudad de Dios

ración, por no exponerse á los rigores de un pueblo iluso, ni tampoco lo que dice aquí Cicerón y disputa con tanta energía se atreviera á mentarlo, perorando delante del pueblo. Demos, pues, los cristianos gracias á Dios nuestro Señor, no al cielo ni á la tierra, como éste enseñs, sino al que hizo el cielo y la tierra, de que estas superticiones, que este Balbo como balbuciente y tartamudo apenas reprende, las derribó por la elevada humildad de Cristo, por la predicación de los Apóstoles, por la fe de los mártires, que mueren por la verdad y viven con ella, las derribó, digo, y desterró, no sólo de los corazones religiosos, sino de los templos supersticiosos, con libre servidumbre de los suyos.



CAPÍTULO XXXI

De las opiniones de Varrón, quien, aunque reprueba la persuasión que tenia el pueblo, y no llega á alcanzar la noticia del verdadero Dios, con todo, es de parecer que se debía adorar un solo Dios.


Pues que el mismo Varrón, de quien nos pesa que haya colocado entre los asuntos de la religión los juegos escénicos, aunque esto no fuese de su dictamen, no obstante que en muchos lugares, como religioso exhorta al culto de los dioses, ¿acaso no confiesa que no sigue por parecer propio la doctrina que reflere instituyó la ciudad de Roma acerca de este punto, de modo que no duda decir que, si él fundara de nuevo aquellia ciudad, dedicara los dioses y los nombres de éstos según la fórmula de su naturaleza? Pero dice que le precisa seguir como estaba recibida por los antiguos en al pueblo viejo, la historia de sus nombres y sobrenombres, así como ellos nos la dejaron, y escribir y examinarlos