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San Agustín

atentamente, llevando la mira y procurando que el vulgo se incline antes á reverenciarlos que á menospreciarlos, con las cuales palabras este hombre indiscreto bastantemente nos da á entender que no declara todo lo que él sólo despreciaba, si no lo que parecía que había de vilipendiar el mismo vulgo, si no lo pasase ensilencio. Pareciera esto conjetura mía si el mismo autor en otro lugar, hablando de las religiones, no dijera claramente que muchas cosas hay verdaderas, que no sólo no es útil que las sepa el vulgo, sino también, dado que sean falsas, es conveniente que el pueblo lo entienda de otra manera; y que por esto los griegos ocultaron con silencio y entre paredes sus mayores acramentos y misterios. Aquí realmente nos descubrió toda la traza de los presumidos de sabios, por quienes se gobiernan las ciudades y los pueblos, aunque de estas seducciones y engaños maravillosos gustan los malignos demonios; pues igualmente están en posesión de los seductores y de los seducidos, y de su posesión y dominio no hay quien los pueda librar, si no es la gracia de Dios por Jesucristo Señor nuestro. Dice también el mismo sabio y discreto autor, que es la opinión más cierta, que sólo han acertado en descifrar lo que es Dios los que creyeron era un espíritu, que con movimiento y discurso gobierna el mundo; con cuyo sentir, aunque no alcanzó un conocimiento exacto y genuino de la verdad (porque el Dios verdadero no es precisamente el espíritu ó ánima del mundo, sino también el Criador y Hacedor de este espiritu), con todo, si pudiera eximirse de las opiniones que estaban ya tan recibidas y sentadas en la costumbre, confesara y persuadiera eficazmente que se debía adorar á un solo Dios, que con movimiento y razón rige el universo; de modo que sobre este punto sólo quedara con él indecisa la cuestión y duda en cuanto dice que es espíritu, y no como debiera decir, Criador del espíri-