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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XXXIII

Que los tiempos de todos los reyes y reinos están dispuestos y ordenados por el decreto y potestad del verdadero Dios.


Aquel gran Dios, autor y único dispensador de la ielicidad, esto es, el Dios verdadero, sólo es el que da los reinos de la tierra á los buenos y á los malos, no temerariamente y como por acaso, mediante que es Dios y no fortuna, sino según el orden natural de las cosas y de los tiempos, que es oculto á nosotros y notísimo á él, al cual orden de los tiempos no sirve y se acomoda como súbdito, sino que él, como Señor absoluto, le gobierna con admirable sabiduría, y como gobernador le dispone; mas la felicidad no la concede sino á los buenos, por cuanto ésta la pueden tener y no tener los que sirven: pueden también no tenerla y tenerla los que reinan, la que sin embargo será perfecta y cumplida en la vida eterna, donde ya ningano servirá á otro; y por eso concede los reinos de la tierra á los buenos y á los malos, para que los que le sirven y adoran y son aun pequeñuelos en el aprovechamiento de espíritu, no deseen ni le pidan estas gracias y mercedes como un don grande y estimable. Y este es el misterio del Viejo Testamento, en donde estaba ocultado y encubierto el Nuevo, porque allí todas las promesas y dones eran terrenas y temporales, predicando al mismo tiempo, aunque no claramente, los que entonces eran inteligentes y espirituales la eternidad que significaban aquellas cosas temporales, y en qué dones de Dios consistía la verdadera felicidad.