Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/284

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
266
San Agustín

CAPÍTULO XXXIV

Del reino de los judíos, el cual instituyó y conservó el que es sólo y verdadero Dios, mientras que ellos perseveraron en la verdadera religión.


Para que se conociese también que los bienes terrenos, á que sólo aspiran los que no saben imaginar con más utilidad espiritual, estaban en manos del mismo Dios, y no en la de la multitud de dioses falsos (los cuales creían los romanos antes de ahora se debían adorar), multiplicó en Egipto su pueblo, que era en número muy corto, de donde le sacó libre de la servidumbre con maravillosos prodigios y señales; y, con todo, no invocaron á Lucina aquellas mujeres, cuando para que de un modo admirable se multiplícasen é increiblemente creciese aquella nación, las fecundizo; él fué quien libró sus hijos varones, él fué quien los guardó de las manos y furia de los egipcios que los perseguían y deseaban matarles; todas sus criaturas, sin la diosa Kumina mamaron, sin la Cunina estuvieron en las cunas, sin la Edulica y Potina comenzaron á comer y á beber, y sin tantos dioses de niños se criaron, sin los dioses conyugales se casaron, y sin adorar á Priapo conocieron á sus mujeres; sin invocar á Neptuno se les dividió el mar y concedió paso franco, y anegó tornando á juntar sus ondas á los enemigos que iban en su seguimiento; ni consagraron alguna diosa Mannia cuando les llovió maná del Cielo, ni cuando, estando muertos de sed, la piedra herida con la misteriosa vara les brotó abundancia de agua, adoraron á las ninfas y linfas: sin los desaforados misterios de Marte y de Belona emprendieron sus guerras; y aunque es verdad que sin la victoria no vencieron, mas no la tuvieron por diosa, sino