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La ciudad de Dios

decreto de los hombres, debiera ser destruída y asolada. ¿Y qué imperio y jurisdicción le queda después á Dios sobre las acciones de los hombres si las atribuyen á la necesidad del cielo, ó, por mejor decir, á la fatal constelación de los astros, siendo este gran Dios el Señor absoluto y Criador de los hombres y de laa estrellas? Si dicen que las estrellas no decretan estos sucesos á su albedrío, aunque hayan obtenido facultad del sumo Dios, sino que en causar tales necesidades cumplen puntualmente sus mandatos, es posible que hemos de sentir de Dios lo que nos pareció impropio sentir de la voluntad de las estrellas? Si instan diciendo que las estrellas significan los futuros contingentes, pero que no los ejecutan, de modo que aquella constitución sea como una locución ó voz que anuncia lo que está por venir, mas que no sea causa de ello (porque esta opinión fué de algunos filósofos bastante ignoran tes), no suelen explicarse así los matemáticos, de forma que digan de esta manera: Marte puesto en tal disposición, significa homicida si no es homicida; pero cuando concedamos que no se producen como deben, y que es necesario tomen de los filósofos la regla de cómo han de hablar para pronosticar lo que piensan que alcanzan para la constitución de las estrellas, ¿qué arcano tan profundo ó dificultad tan intrincada es ésta que jamás pudieron dar la razón por qué en la vida de los mellizos nacidos de un parto, en sus acciones, sucesos, profesiones, artes, oficios, en todo lo demás que toca á la vida humana, y en la misma muerte, hay por la ma yor parte tanta diferencia, que les son más parecidos y semejantes en cuanto á estas cualidades muchos extraños que los mismos mellizos entre sí, á quienes al nacer los dividió un corto espacio de tiempo, y al ser concebidos con un mismo acto, y aún en un mismo movimiento los engendraron sus padres?