Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/303

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
285
La ciudad de Dios

CAPÍTULO IX

De la presciencia de Dios, y de la libre voluntad del hombre contra la definición de Cicerón.


A estos filósofos de tal modo procura redargüir Cicerón, que le parece no ser bastante poderoso contra ellos, si no es quitando la adivinación, la cual procura destruir diciendo que no hay ciencia de las cosas futuras, y de ésta pretende probar con todas sus fuerzas intelectuales que es del todo ninguna, asi en Dios como en los hombres; que no hay predicción ó profecía de ningún futuro; niega, por consecuencia, la presciencia de Dios, procura enervar, desautorizar y dar por el suelo con vanos y lisonjeros argumentos todas las profecías más claras que la luz; y oponiéndose asimismo algunos oráculos, á que fácilmente se puede contestar, con todo, tampoco responde á satisfacción, no obstante, cuando refuta estas conjeturas de los matemáticos; es la materia donde reina más su discurso y elocuencia, porque realmente ellas son tales, que mutuamente se destruyen y confunden. Con todo eso, son mucho más tolerables aun los que sientan los hados de las estrellas como infalibles que Cicerón, que quita la presciencia de las cosas futuras; porque confesar que hay Dios y negar que sepa lo venidero, es incidir en un claro desvarío; lo cual, advertido por este elocuente orador, procuró asimismo establecer como inconcuso aquel verdadero axioma que se halla en la Escritura: «Dijo el necio en su corazón: no hay Dios» (1); aunque no en su nombre, porque echó de ver cuán odioso y gravoso problema era este; y, por lo mismo, aunque procuró dispu(1) Salmo xm. Dixit insipiene in corde suo, non est Deus.