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La ciudad de Dios

ejecutarse operación alguna á que no preceda la causa eficiente, y si hay cierto o den de causas con que se efectua todo cuanto se hace, «con el hado, dice, se hacen todas las cosas que se hacen, lo cual, ai fuese cierto, nada está en nuestra potestad, y no hay libre albedrío en la voluntad; y si esto lo concedemos, prosigue, todas las acciones de la vida humana van por el suelo. En vano se promulgan leyes, en vano se aplican reprensiones, elogios, ignominias y exhortaciones, y sin justicia se prometen premios á los buenos y penas á los malos». Por este motivo, para que no se sigan estas consecuencias tan temerarias, funestas y perniciosas á las cosas humanas, no consiente en que haya presciencia de los futuros, reduciendo Cicerón, y poniendo á un hombre pío y temeroso de Dios en la estrechez de elegir una de dos vías: ó conceda que está alguna acción dependiente de nuestra voluntad, ó que hay presciencia de lo venidero; pues le parece que ambas proposiciones no pueden ser ciertas, sino que si se concede la una se debe negar la otra, que si escogemos la presciencia de los futuros quitamos el libre albedrío de la voluntad, y si elegimos éste, quitamos la presciencia de lo porvenir.

Él, pues, como varon tan docto y científico, atendiendo mucho y con mucha discreción y pericía á todo lo que toca á la vida humana, entre estos dos extremos escogió por más adecuado el libre albedrío de la voluntad, y para confirmarle y establecerle con solidez, niega la presciencia de los futuros: y así, queriendo hacer á los hombres libres, los hace sacrilegos; pero un corazón píadoso y temeroso de Dios hace elección de lo uno y de lo otro. «Y ¿cómo es posible esto? dice: porque si hay presciencia de lo venidero, síguense todas aquellas secuelas que están entre sí conexas y trabadas, hasta que lleguemos al extremo de confesar que no hay acción alguna dependiente de nuestra voluntad, y si alguna de-