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La ciudad de Dios

de ser nación bárbara é indisciplinada) escogió las iglesias de Cristo para asilo y amparo de sus fieles. Si no es que quieran decir que los griegos, en su victoria, respetaron los templos de los dioses comunes, no atreviéndose á matar ni cautivar en ellos á los miserables y vencidos troyanos que á ellos se acogían. Y concedido esto, diremos que Virgilio mintió ó fingió aquellos sucesos conforme al estilo de los poetas; pero lo cierto es que él nos pintó con los más bellos coloridos la práctica que suelen observar los enemigos cuando saquean y destruyen las ciudades.



CAPÍTULO V

Lo que sintió Julio César sobre lo que comúnmente suelen hacer los enemigos cuando entran por fuerza en las ciudades.


Julio César, en el dictamen que dió en el Senado sobre los conjurados, insertó elegantemente aquella norma que regularmente siguen los vencedores en las ciudades conquistadas, según lo refiere Salustio, historiador tan verídico como sabio. «Es ordinario—dice—en la guerra, el forzar las doncellas, robar los muchachos, arrancar los tiernos hijos de los pechos de sus madres, ser violentadas las casadas y señoras de familias, y practicar todo cuanto se le antoja á la insolencia de los vencedores; saquear los templos casas, llevándolo todo á sangre y fuego, y, finalmente, ver las calles, las plazas... todo lleno de armas, cuerpos muertos, sangre vertida, confusión y lamentos.» Si César no mencionara en este lugar los templos, acaso pensaríamos que los enemigos solían respetar á los lugares sagrados. Esta profanación temían los templos romanos; les había de