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La ciudad de Dios

na la medida, número y peso; de quien proviene todo lo que naturalmente tiene aer, de cualquier género, de cualquiera estimación que sea; de quien resultan las semillas de las formas, y las formas de las semillas, y los movimientos de las semillas y formas: el que dió igualmente á la carne su origen, hermosura, salud, fecundidad para propagar, disposición de miembros y concordia; el que asimismo ooncedió al alma irracional memoria, sentido y apetito, y á la racional, además de estas cualidades, espíritu, inteligencia y voluntad; y el que no sólo al cielo y á la tierra, no sólo al ángel y al hombre, pero ni aun á las delicadas telas de las entrañas de un pequeñito y humilde animal, ni á la plumita de un pájaro, ni á la florecita de una hierba, ni á la hoja del arbol dejó sin su conveniencis, y con una quieta posesión de sus partes, de ningún modo debe creerse que quiera estén fuera de las leyes de su providencia los reinos de los hombres, sus señoríos y servidumbres.



CAPÍTULO XII

Cuáles fueron las costumbres de los antiguos romanos, con que merecieron que el verdadero Dios, aunque no le adorasen, lea acrecentase su imperio.


Por lo cual, examinemos ahora cuáles fueron las costumbres de los romanos, á quienes quiso favorecer el verdadero Dios, y los motivos por que tuvo á bien dilatar y acrecentar su imperio aquel Señor en cuya potestad están también los reinos de la tierra; y con el fin de averiguar este punto más completamente, escribí en el libro pasado á este propósito, manifestando cómo en este importante asunto no han tenido ni tienen potes-