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La ciudad de Dios

altivez de persona que manda y señorea. En esta conformidad, habiendo desterrado al rey Tarquino y establecido los cónsules, siguiéronse los sucesos que el mismo autor refirió entre las alabanzas de los romanos, que la ciudad (cosa increible), habiendo conseguido la libertad, cuanto mayor fué su incremento, tanto creció en ella el deseo de honra y gloria. Esta ambición del honor y deseo de gloria proporcionó todas aquellas maravillosas heroicidades, tan honrosas, en efecto, y glorioaas á los ojos y estimación de los hombres. Elogia el mismo Salustio por ínclitos y famosos varones de su tiempo á Marco Catón y á Cayo César, diciendo había muchos años que no había tenido la república persona que fuese heroica por su valor; pero que en su tiempo habían florecido aquellos dos excelentes y valerosos campeones, aunque diferentes en la condición, ideas y proyectos; y entre las alabanzas con que elogia el mérito de César, pone que deseaba para sí el generalato (mejor dijera toda la autoridad republicana reunida en su persona), un ejército numeroso y una nueva y continuada guerra, donde poder demostrar su valor y heroísmo; y por eso conflaba en los ardientes deseos de los hombres famosos por su heroicidad y fortaleza, para que provocasen las miserables gentes & la guerra, y las hostigase Belona con su sangriento látigo, á fin de que de este modo hubiese ocasión para poder ellos manifestar su valor. La causa de estos deseos, sin duda era aquella insaciable ansia de honra y de gloria á que aspiraban. Por esta causa, primeramente por amor á la libertad, y después por afición al señorío y por codicia de la honra y de la gloria, hicieron muchas acciones admirables. Confirma lo uno y lo otro el insigne poeta, diciendo con alusión al asunto: «A Tarquino, echado de Rome, pretendía Porsena restablecer en su reino, y con un grueso ejército la sitió; más los ínclitos romanos por