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San Agustín

leyéndolos bien dispuesto y con atención, te podrán aliviar grandemente». El mismo, en versos líricos, para reprimir el deseo de mandar y reinar, dice de este modo: «Más extensa y anchurosamente reinarás reprimiendo tu codicioso espíritu, que si juntares la Livia con los remotos gaditanos, y más que si el uno y el otro cartagines te sirvieran á ti solo»; pues los que no refrenan sus apetitos; los que son más contumaces y torpes con la fe de la religión, con acudir al Espíritu Santo y con el deseo y amor de la espiritual hermosura son mejores, sin embargo, por el deseo y ansia de la humana gloria y alabanza; aunque no son santos, todavía son menos malos. Ni tampoco Tulio pudo disimular esto en los mismos libros que escribió de república, donde trata de formar el príncipe de una ciudad: «El cual dice que se debe criar y alentar con el deseo de honra y gloria, y á este propósito refiere que sus antepasados practicaron muchas acciones notables y famosas por ef deseo y ansia de la gloria». Así que no sólo procuraban el remedio para este vicio, sino que les parecia que era necesario alentarle y encenderle, imaginando que este pensamiento era importante para la conservación de la república. Pero ni aun en los mismos libros de filosofía puede disimular Cicerón esta pestilencia, donde más claro que el sol la confiesa; porque hablando de los estudios que se deben seguir y profesar por respecto y fin del verdadero bien, y no por el viento de la humana alabanza y gloria, infirió esta universal y general sentencia: «El honor alienta las artes, y todos se encienden y animan á los estudios con el deseo de la gloria; y, por el contrario, vemos abatidos siempre los estudios y olvidados, los que todos generalmente no aprecian ni estiman.»