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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XIV

De cómo se debe cercenar el deseo de la humana alabanza, porque toda la honra y gloria de los justos está puesta en Dios.


Por estas incontrastables razones es más conveniente resistir á este apetito desordenado que dejarse vencer de él; por que tanto más es uno parecido á Dios, cuanto está más limpio y puro de semejante inmundicia: la cual, aunque en la vida presente no se desarraigue totalmente del corazón humano, por cuanto no deja de tentar aun á los espíritus bien aprovechados, á lo menos vénzase el deseo de gloria con el amor de la justicia, para que si en alguna parte están olvidados los estudios, que la mayor parte de los hombres no estiman ni aprecian; si son buenos, si son justos y rectos, tenga empacho también él mismo deseo de la humana gloria y alabanza, y ceda al amor de la verdad, porque este vicio es tan enemigo de la fe (que se debe á Dios cuando hay en el corazón mayor deseo de gloria que te mor ó amor de Dios), que dijo el Señor (1) «¿Cómo podéis vosotros creer, pretendiendo ser honrados y estimados los unos de los otros, andando á caza de la gloria vana del mundo, olvidados de aquella que solo Dios os puede dar?» Y asímismo dice el evangelista San Juan (2) de algunos que habían creído en él y temían confesarle públicamente: «estimaron más la gloria y alabanza de los hombres que la de Dios». Lo que no hicieron los santos apóstoles, quienes predicando el nom(1) San Juan, cap. V. Quomodo potestis credere, gloriam ab invicem spectantes et gloriam, qure á solo Deo eat, non quaerentes?

(2) San Juan, cap. XII. Dilexerunt gloriam hominum, magis quam Dei, Tоио I.

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