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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XVI

Del premio de los ciudadanos santos de la ciudad eterna, á quienes pueden aprovechar los ejemplos de las virtudes de los romanos.


Pero muy distante á éste es el premio y galardón de los santos que sufren también en esta vida con paciencia los oprobios por la Ciudad de Dios, con la cual tienen ojeriza los amigos de este mundo. Aquella ciudad es sempiterna, allí ninguno nace, porque ninguno muere: donde la felicidad es verdadera y cumplida, no diosa, sino don de Dios: de allí procede la prenda que tenemos de nuestra fe, en tanto que, peregrinando por acá, auspiramos por su hermosura. Allí no nace el sol sobre los buenos y sobre los malos, sino que el sol de justicia sólo abriga á los buenos: allí no habrá necesidad de mucha industria y trabajo para enriquecer el erario y tesoro público con los pobres y escasos bienes de los particulares, donde el tesoro de la verdad es común: por tanto, debemos creer que no se dilató el romano imperio sólo por la gloria y honor de los hombres, á efecto de que aquel galardón se diera á aquellos hombres, sino también para que los ciudadanos de la ciudad eterna, en tanto que acá son peregrinos, pongan los ojos con diligencia y cordura en semejantes ejemplos, y vean el amor tan grande que deben ellos tener á la patria celestial por la vida eterna, cuando tanto amor tuvieron sus ciudadanos á la terrena por la gloria y alabanza humana.