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La ciudad de Dios

gobernadores de la república, que consiguiéndolo por fuerza de los vencidos: porque no veo que importe para la salud y buenas costumbres y para las mismas dignidades de los hombres, que unos hayan vencido y otros sean vencidos, salvo aquel vano fausto de la honra y gloria humana, con el cual recibieron su galardón los que tanta anaia tuvieron de él, y tantas guerras sostuvieron por su logro. ¿Por ventura los campos y haciendas de los vencidos no pechan y pagan au tributo?

¿Acaso pueden ellos aprender y saber lo que los otros no pueden? ¿Por ventura no hay muchos senadores en otras provincias que ni aun de vista conocen á Roma?

Echemos á un lado la vanagloria. ¿Y qué son todos los hombres sino hombres? Que si la perversidad del siglo permitiera que los virtuosos fueran los más honrados, aun de este modo no había motivo para estimar en mucho la honra humana, porque es humo de ningún peso y de ningún momento; pero aprovechémonos también en estos sucesos de los beneficios de Dios nuestro Señor. Consideremos cuántas bellas ocasiones despreciaron, cuántas desgracias sufrieron, qué de apetitos propios vencieron por la gloria humana los que la merecieron alcanzar como galardón y premio de sus virtudes, y válganos también esta consideración para reprimir la soberbia; pues habiendo tanta diferencia entre la ciudad á donde nos han prometido que hemos de reinar y entre esta terrena, cuanta hay del cielo á la tierra, del gozo temporal á la vida eterna, de los vanos elogios á la gloria sólida de la compañía de los mortales, á la sociedad de los ángeles, de la luz del sol y de la luna á la luz del que hizo el sol y la luna, no les parezca que han hecho una acción heroica los ciudadanos de tan excelente patria, si por conseguirla practicaren alguna obra buens ó sufrieron con paciencia algunas malas, cuando los otros, por alcanzar esta terrena, hi-