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La ciudad de Dios

preciado, porque dice: «y el padre enamorado de la suavidad y hermosura de la libertad, porque sus hijos moverán nuevos proyectos contra ella, les dará la muerte; ¡infeliz y desgraciado, como quiera, aunque en los siglos venideros engrandecieren y celebraren esta acción!» Pero en el verso que se sigue consuela al miserable héroe, diciendo: «venció el amor de la patria y la inmensa ansia de alabanza y de gloria; estas dos cualidades, la libertad y el deseo de elogios, son las que movieron á los romanos á hacer empresas heroicas y maravillosas»; luego si por obtener la libertad de los que eran mortales y habían de morir, y por el deseo de la lisonja humana, que son cualidades que apetecen los hombres, pudo un padre matar a sus hijos, ¿qué acción heroica será, ai por la verdadera libertad que nos exime de la esclavitud del demonio, del pecado y de la muerte, y no por la codicía de las humanas alabanzas, sino por el amor y caridad de libertar los hombres, no de la tiranía del rey Tarquino, sino de la de los demonios y de Luzbel su príncipe, no digo yo matamos á los hijos, sino que á los pobres de Jesucristo los tenemos en lugar de hijos? Asimismo, si otro principe romano llamado Torcuato, quitó la vida á su hijo porque, siendo provocado del enemigo, con ánimo y brío juvenii peleó, no contra su patria, sino en favor de ella; mas porque dió la batalla contra su orden y mandato, esto es, contra lo que el general su padre le había mandado, si le mató, digo, no obstante que venció, porque no fuese mayor inconveniente el ejemplo de no haber obedecido el orden de su general que había sido de importancia la gloria reportada del enemigo, roto y vencido, ¿para qué se han de jactar los que por las órdenes y mandamientos de la patria celestial desprecian todos los bienes de la tierra que se estiman y aman menos que los hijos? Si Furio Camilo, después de haber reba-