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San Agustín

tido de las cervices de su ingrata patria el yugo de los veyos, sus inexorables enemigos, y no obstante de haberle condenado y desterrado de ella por envidia sus émulos, con todo, la libertó segunda vez del poder de los galos, porque no tenía otra mejor patria á donde pudiese vivir con más gloria, ¿por qué se ha de ensoberbecer como si ejecutara alguna acción plausible el que, habiendo acaso padecido en la Iglesia alguna gravísima injuria en su honra por los enemigos carnales, no se pasó é sus enemigos, los herejes, ó porque él mismo no levantó contra ella heregía alguna, sino que antes la defendió cuanto pudo de los perniciosos errores de los herejes, no habiendo otra, no á donde se pase la vida con honor y aplauso de los hombres, sino á donde pueda conseguir la vida eterna? Si Mucio, para que se efectuara la paz con el rey Porsena, que tenía muy apretados á los romanos con su ejército, porque no pudo matar al mismo Porsena, y por yerro mató á otro por él, puso la mano en presencia del rey sobre unas brasas que en una ara estaban ardiendo, notiflcándole que otros tan valerosos como él se habían conjurado en su muerte, de cuya fortaleza y denuedo admirado el rey, y temiendo la conjuración de semejantes personas, sin dilación ajustó luego la paz y alzó la mano de aquella guerra; ¿quién ha de zaherir ó dar en cara al rey sus méritos, no al de los Cielos cuando hubiere aventurado por él, no digo yo una mano, no haciéndolo de su voluntad, sino cuando padeciendo por alguna persecución, dejare abrasar todo su cuerpo? Si Curcio, armado, arremetiendo el caballo, se arrojó con él en un boquerón por donde se había abierto la tierra, porque en esta accion heroica obedecía á los oráculos de sus dioses, que ordenaron echasen allí la mejor prenda que tuviesen los romanos, y no pudiendo entender otra cosa, advirtiendo que florecían en hombres y ar-