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La ciudad de Dios

mas, sino que era necesario por mandado de los dioses que se arrojase en aquella horrible abertura algún hombre armado; ¿qué acción heroica puede propalar ha he cho por la eterna patria, el que cayendo en poder de algún enemigo de su fe, muriere, no arrojándose voluntariamente al riesgo de semejante muerte, sino lanzado por su enemigo, supuesto que tiene otro oráculo más cierto de su Señor, y del rey de su patria, donde le dice: «no queráis temer á los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma?» (1). Si los deaios consagrando su vida en cierto modo se ofrecieron solemnemente á la muerte para que con ella y con su sangre, aplacada la ira de los dioses, se librase el ejército romano, en ninguna manera se enso rbezcan los santos mártires, como si hicieran alguna acción digna de alcanzar parte en aquella patría, donde hay eterna y verdadera felicidad, si amando hasta derramar su sangre, no sólo á sus hermanos, por quienes la vertían, sino (como Dios se lo manda) á los mismos enemigos que se la hacían derramar, pelearon con fe llena de caridad y con caridad llena de fe. Si Marco Pulvilo en el acto de dedicar el templo de Júpiter, Juno y Minerva, advirtiéndole cautelosamente sus émulos y envidiosos que su hijo era muerto, para que turbado con tan triste nueva dejase la dedicación y la honra y gloria de ella la llevase su compañero, hizo tan poco alto de la noticia, que mandó no cuidasen de su sepultura, triunfando de esta manera en su corazón la codicia de gloria del sentimiento de la pérdida de su hijo; ¿qué heroicidad dirá que ha hecho por la predicación del Santo Evangelio con que se libran y entresacan de varios y diferentes errores los ciudadanos de la soberana patria, aquel á (1) San Mateo, capitulo X. Nolite timere eos qui corpus occidunt, animam autem non possunt occidere.