Página:La ciudad de Dios - Tomo I.pdf/334

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
316
San Agustín

quien estando solícito de la sepultura de su padre, le dice el Señor (1): «sígueme y deja á los muertos ente rrar sus muertos?» Si Marco Régulo, por no quebrantar el juramento prestado en manos de sus crueles enemigos quiso volver á su poder desde la misma Roma, porque, según dicen, respondió á los romanos que le querían detener, que después que había sido esclavo de los africanos no podía tener allí el estado y dignidad de un noble y honrado ciudadano, y los cartagineses, porque peroró contra ellos en el Senado romano, le mataron con graves tormentos, ¿qué tormentos no se deben despreciar por la fe de aquella patria, á cuya bienaventuranza nos conduce la misma fe? ¿O qué es lo que se le da á Dios en retorno por todas las mercedes que nos hace, cuando por la fe que se le debe, padeciere el hombre otro tanto cuanto padeció Régulo por la fe que debía á sus perniciosos enemigos? Nada, sin duda. ¿Y cómo se atreverá el cristiano á alabarse de la pobreza que voluntariamente ha abrazado para caminar en la peregrinación de esta vida más desembarazado por el camino que lleva á la patria, á donde las verdaderas riquezas es el mismo Dios, oyendo y leyendo que Lucio Valerio, cogiéndole la muerte siendo cónsul, murió tan pobre, que le enterraron é hicieron sus exequias con la suma que el pueblo contribuyó de limosna? ¿Qué dirá oyendo ó leyendo que á Quinto Cincinato (que poseía entre toda su hacienda tanto cuanto podían arar en un día cuatro yugadas bueyes, labrándolo y cultivándolo todo con sus propias manos) le sacaron del arado para crearle dictador, cuya dignidad era aun más honrada y apreciada que la de cónsul, y que después de haber vencido á los enemigos y adquirido una suma (1) San Mateo, capítulo VIII. Sequere me, et sine mortuos sepelire mortuos suos,