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La ciudad de Dios

que les ordenare, mandando á la prudencia que busque con vigilancia arbitrio para que reine el deleite y se conserve; previniendo á la justicia que acuda con los beneficios que pueda para granjear las amistades que fueren necesarias para conseguir las comodidades corporales, que á nadie haga injuria, á efecto de que es tando en su vigor las leyes, pueda el deleite vivir seguro; ordenando á la fortaleza que si al cuerpo le sobreviniere algún dolor por el cual no le sea forzoso el morir, tenga á su señora, esto es, al deleite fuertemente impreso en su imaginación, para que con la memoria de los pasados contentos y gustos alivie el rigor de la presente aflicción; prescribiendo á la templanza que se sirva moderadamente de los alimentos y de los objetos que le causaren gusto, de modo que por la demasía no turbe á la salud algún manjar dañoso, y padezca notable menoscabo el deleite. El mayor que hay le hacen igualmente consistir los epicúreos en la salud del cuerpo; y así las virtudes, con toda la autoridad de au gloria, servirán al deleite como á una mujercilla imperiosa y deshonesta. Dicen que no puede idearse representación más ignominiosa y fea que esta pintura, ni que más ofenda á los ojos castos de los buenos, y dicen la verdad: con todo, soy de dictamen no llegará la pintura bastantemente al decoro que se le debe, si también fijamos otro tal, á donde las virtudes sirvan á la gloria humana; porque aunque esta gloria no sea una regalada mujer, con todo, es muy ventosa, y tiene mucho de vanidad. Y asi no será razón que la sirva lo sólido y macizo que tienen las virtudes, de manera que nada provea la prudencia, nada distribuya la justicia, nada sufra la fortaleza, nada modere la templanza sino con el fin de complacer á los hombres y de que sirva al viento instable de la vanagloria. Tampoco se separarán de esta fealdad los que como vilipendiadores de la