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San Agustín

como incurable; pero las personas que lo que leen lo examinan con madurez y circunspección, habiéndolo entendido y considerado sin ninguna, ó á lo menos no con demasiada obstinación en el error en que se veían sumergidos, echarán de ver fácilmente que con estos cinco libros que hemos concluído hemos satisfecho bastantemente á más de lo que exigía la necesidad de la cuestión antes que haber quedado cortos; y no podrán poner duda en que todos aquellos efugios con que los ignorantes procuran hacer odiosa á la religión cristiana por las calamidades de esta vida, por los infortunios, instabilidad y vicisitud de las cosas terrenas que á cada paso se experimentan, no sólo disimulándolo los doctos, á quienes domina esta impiedad fanática, sino favoreciéndolos contra el dictámen de su conciencia, son ajenos é impropios de todo buen discurso y razón, y están llenos de una temeridad liviana y de una perniciosa altanería y arrogancia. Ahora, pues, porque según lo pide nuestra promesa habremos también de refutar y desengañar á los que intentan defender que debe tributarse adoración á los dioses de los gentiles (que destruyen la religión cristiana), no por ser los intereses y felicidades de esta vida, sino por la que después de la muerte se espera, quiero dar principio á mi discurso por el verdadero oráculo del salmista rey, donde se lee (1): «Bienaventurado el hombre que pone toda su conflanza en Dios, y el que no se aparta de Él, ni fingió las vanidades y los falsos desvaríos». Con todo, entre todas las ilusorias doctrinas y falsos despropósitos, los que más tolerablemente se pueden oir son los de los filósofos á quienes no satisfizo la opinión y error universal de las gentes, que dedicaron simulacros á los dioses, suponiendo muchas Beatus cujus est Dominus Deus spes ipsius, et non respezit in vanitates, et in insanias mendaces. Los setenta leyeron: Beatus cujus est nomen Domini, spes ejus: