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San Agustín

verdor de su juventdd, ó en ella, como en un cuerpo cargado de años, quedaran yertos y fríos; si la fortuna Barbada con más gracia y donaire vistiera las quijadas de sus devotos, y á los que no lo fuesen los viéramos lampiños y mal barbados, dijéramos muy bien que hasta aquí cada una de estas diosas se podía en alguna manera ceñir dentro de sus peculiares oficios; y, por consiguiente, que no se debía pedir ni á la Juventas la vida eterna, pues no podía dar ni aun la barba, ni de la fortuna Barbada se debía esperar cosa buena después de esta vida, porque durante ella no tenía autoridad alguna para conceder siquiera aquella misma edad en que suele nacer la barba: mas ahora, no siendo necesario su culto ni aún para las cosas que ellos entienden que les están sujetas, mediante á que muchos que fueron devotos de la diosa Juventas no florecieron en aquella edad, y muchos que no lo fueron gozaron del vigor de la juventud: y asimismo algunos que se encomendaron á la fortuna Barbada, ó no tuvieron barbas ó las tuvieron muy escasas; y si hay algunos que por conseguir de ella laa barbaa la reverencian, los barbados que la desprecian se mofan y burlan de ellos. ¡Es posible que esté tan obcecado el corazón humano que viendo está lleno de embelecos, y es inútil el culto de los dioses para obtener estos bienes temporales y momentáneos, sobre los que dicen que cada uno preside particularmente á su objeto, crea que sea importante para conseguir vida eterna? Ésta, ni aun aquellos han osado affrmar que la pueden dar; ni aun aquellos, digo, que para que el vulgo necio los adorase (porque pensaban que eran muchos en demasía, y que ninguno debía estar ocioso) les repartieron con tanta prolijidad y menudencia todos estos oficios temporales.