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La ciudad de Dios

fácilmente advertir el que obstinadamente no fuere enemigo de sí propio, que en toda esta traza, en esta hermosa y sutil distribución y distinción, en vano se busca y espera la vida eterna, que imprudentemente la quieren ó desean; porque toda esta doctrina, ó es invención de los hombres ó de los demonios, y no de los demonios (que ellos llaman buenos), sino, por hablar más claro, de los espíritus inmundos ó más ciertamente malignos, los cuales con admirable odio y envidia ocultamente plantan en los juicios de los impíos unas opiniones erróneas y perniciosas con que el alma más y más se vaya desvaneciendo, y no pueda acomodarse ni adaptarse con la inmutable y eterna verdad; y en ocasiones evidentemente las infunden en los sentidos, y las confirman con los embelecos y engaños que les es posible imaginar. Este mismo Varrón confiesa que por eso no escribió en primer lugar de las cosas humanas y después de las divinas, porque antes hubo ciudades, y después éstas ordenaron é instituyeron las ceremonies de la religión; pero al mismo tiempo es indudable que á la verdadera religión no la fandó ninguna ciudad de la tierra, antes sí, ella es la que establece una ciudad verdaderamente celestial, y ésta nos la inspira y enseña el verdadero Dios, que da la vida eterna á los que de corazón le sirven.



CAPÍTULO IV

Que conforme á la disputa de Varrón, entre los que adoran á los dioses las cosas humanas son más antiguas que las divinas.


La razón potísima en que se funda Varrón cuando confiesa que por eso escribió primeramente de las cosas humanas y después de las divinas, porque éstas fueron