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La ciudad de Dios

tos unos bienes de los que no gozarán los pecadores, y á éstos unos tormentos tan crueles, con los que no serán molestados los buenos; pero al mismo tiempo quiso que estos bienes y males temporales de la vida mortal fuesen comunes á los unos y á los otros, para que ni apeteciésemos con demasiada codicia los bienes de que vemos gozan también los malos, ni huyésemos torpemente de los males é infortunios que observamos envía también Dios de ordinario á los buenos, aunque hay una discrepancia notable en el modo con que usamos de estas cosas, así de las que llaman prósperas como de las que señalan como adversas; porque el bueno, ni se ensoberbece con los bienes temporales, ni con los males se quebranta; mas al pecador le envía Dios adversidades, mediante que en el tiempo de la prosperidad se extraga con las pasiones, separándose de las verdaderas sendas de la virtud. Sin embargo, en muchas ocasiones muestra Dios también en la distribución de prosperidades y calamidades con más evidencia su alto poder; porque si de presente castigase severamente todos los pecados, podría creerse que nada reservaba para el juicio final; y, por otra parte, si en la vida mortal no dieae claramente algún castigo á la variedad de delitos con que el hombre coinquina su naturaleza, creerían los mortales que no había Providencia Divina. Del mismo modo debe entenderse en cuanto á las felicidades terrenas, las que, si el Omnipotente no las concediese con mano liberal á algunos que se las piden con humillación, diríamos que esta particular prerrogativa no pertenecía á la omnipotencia de un Dios tan grande, tan justo y compasivo, y, por consiguiente, si fuese tan franco que las concediese á cuantos las exigen de su bondad, entendería nuestra fragilidad y limitado entendimiento que no debíamos servirle por otro motivo que por la esperanza de iguales premios, y seme-