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San Agustín

za del espíritu humano imagina destruídos en los elementos de este mundo; tú lo echas de ver cuando por todas partes las consideras, y todo cuanto tenéis escrito en vuestros libros dice á voces: ¿qué hace aquí esta fastidiosa y molesta relación, aunque sea excelentísimo el humano ingenio? ¿De que te sirve en tal conflicto la sabiduría humana, aunque tan vasta y tan inmensa?

¿Deseas adorar los dioses naturales y eres forzado á venerar los civiles? Hallaste que los unos eran fabuloaos, contra quienes pudiste libremente decir tu sentir, y, ain embargo, aun contra tu misma voluntad viniste á salpicar en los civiles. ¿Por qué confiesas que los fabulosos son acomodados para el teatro, los naturales para el mundo, los civiles para la ciudad, siendo, como es, el mundo obra de todo un Dios, y las ciudades y los teatros invenciones humanas, y no siendo los dioses, de quienes se burlan y ríen en los teatros, otros que los que se adoran en los templos, y no dedicando los juegos á otros que á los que ofrecéis las víctimas y sacrificios? ¿Con cuánta más libertad y con cuánta más sutileza hicieras esta división, diciendo que unos eran dioses naturales y otros instituidos por los hombres? Pero que de los establecidos por los hombres, una cosa enseña la doctrina de los poetas, otra la de los sacerdotes, aunque una y otra profesan entre sí una amistad mutua, por lo que ambas tienen de falsas; y de una y otra gustan los demonios, á quienes ofende la doctrina de la verdad. Dejando á un lado por un breve rato la teología que llaman natural, de la cual hablaremos después, ¿os parece acaso que debemos perder ó esperar la vida eterna de los dioses poéticos, teátricos, juglares y escénicos? Ni por pensamiento; antes nos libre Dios de cometer tan execrable y sacrilego desatino.

¿Acaso interpondremos nuestros ruegos para suplicar nos concedan la vida eterna unos dioses que gustan oir