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La ciudad de Dios

unos desvaríos, y se aplacan cuando se refieren y frecuentan en semejantes lugares sus culpas? Ninguno á lo que pienso, por frenético que haya estado, ha llegado á prestar asenso á tales dislates, ni á incidir en el fanatismo de esperar fundadamente tal gracia. De que se inflere que nadie alcanza la vida eterna con la teología fabulosa, ni con la civil; porque una va sembrando doctrinas detestables, fingiendo de los dioses acciones torpes, y la otra, con el aplauso que las presta, las va segando y cogiendo: la una esparce mentiras, la otra las coge; la una acrimína á las deidades con supuestas culpas, la otra recibe y abraza entre las cosas divinas los juegos donde se celebran tales crímenes; la una, adornada con la poesía humana, pregona abominables ficciones de los dioses, la otra consagra esta misma poesía á las solemnidades de los mismos dioses; la una canta las impurezas y bellaquerias de los dioses, la otra las estima sobremanera; la una las publica y finge, y la otra, ó las confirma por verdaderas, á se deleita aun con las falsas; ambas son seguramente torpes, y ambas . odiables; pero la una (que es la teátrica) profesa públicamente la torpeza, y la otra (que es la civil) se adorna con la obscenidad de aquélla. ¿Es posible que hemos de esperar alcanzar la vida eterna con lo que esta breve, caduca y temporal se macula y se profana? Y si adultera la vida el comercio y trato con los hombres facinerosos, cuando se entremeten en hacer consentir nuestros afectos y voluntades en sus maldades, ¿cómo no ha de profanarla y pervertir la sociedad con los demonios, que se adoran y veneran con sus culpas? Si éstas son verdaderas, ¿cuán malos son los que se adoran?

si falsas, ¿cuán mal se adoran? Cuando nos explicamos así, quizá parecerá al que fuere demasiado ignorante en esta materia, que sólo las impurezas que se celebran de semejantes dioses son indignas de la Majestad Divina;