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La ciudad de Dios

de condenación, así la fabulosa como la civil, y como se atrevieron á condenar aquélla y no ésta, propusieron aquélla para condenarla, y á ésta, que era su semejante, la pusieron en público para compararla, no para que la escogiesen para guardarla antes que la otra, sino para que se entendiese que era digna de desechar juntamente con la otra; y de esta manera, sin riesgo alguno de los que temían reprender la teología civil, dando de mano á la una y á la otra que llaman natural, hállase lugar en los corazones de los que mejor sienten, porque la civil y la fabulosa, ambas son fabulosas y ambas civiles; ambas las hallará fabulosas el que prudentemente considerare las vanidades las torpezas de ambas, y ambas civiles el que advirtiere incluídos los juegos escénicos, que pertenecen á la fabulosa, entre las fiestas de los dioses civiles y entre las cosas divinas de las ciudades; esto supuesto, ¿cómo se puede atribuir la potestad de dar la vida eterna á ninguno de estos dioBes, á quienes sus propios simulacros, sus ritos y religión convencen que son semejables con los dioses fabulosos que claramente reprueban, y muy parecidos á ellos en las formas, edades, sexo, lábito, matrimonios, generaciones, ritos? En todo lo cual se conoce que, ó fueron hombres, y que conforme á la vida y muerte de cada uno les ordenaron sus peculiares ritos y solemnidades, insinuándoles y confirmándoles este error y ce guera los demonios, ó que realmente fueron unos espíritus inmundos que se entrometieron de su voluntad, favorecidos de cualquiera ocasión ventajosa para enga.

ñar y trastornar los juicios humanos.