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La ciudad de Dios

les haya valido para mayor aprovechamiento suyo? Lo primero, porque reflexionando con humildad los pecados por los cuales indignado Dios ha enviado al mundo tantas calamidades, aunque ellos estén distantes de ser pecaminosos, viciosos é impíos, con todo, no se tienen por tan exentos de toda culpa que puedan persuadirae no merecen la pena de las calamidades temporales; demás de esto, cada uno, por más ajustado que viva, en algunas operaciones se deja arrastrar de la carnal concupiscencia, y aunque no se dilate hasta llegar á lo sumo del pecado, al golfo de los vicios y á la impiedad más abominable, sin embargo, degeneran en pecados, ó raros, ó tanto más ordinarios cuanto son más ligeros. Exceptuados éstos, ¿dónde hallaremos fácilmente quien á estos mismos (por cuya horrenda soberbia, lujuria y avaricia, y por cuyos abominables pecados é impiedades, Dios, según que nos lo tiene amenazado repetidas veces por los Profetas, envía tribulaciones á la tierra) les trate del modo que merecen, y viva con ellos de la manera que con semejantes debe vivirse? Pues de ordinario se les disimula, sin enseñarlos ni advertirlos de su fatal estado, y á veces ni se les increpa ni corrige, ya sea porque nos molesta esa fatiga tan interesante al bien de las almas, ya porque nos causa pudor ofenderlos cara á cara, reprendiéndoles aus demagias, ya porque deseamos excusar enemistades que acaso nos impidan y perjudiquen en nuestros intereses temporales ó en los que pretende nuestra ambición ó en los que teme perder nuestra flaqueza, de modo que, aunque á los justos ofenda y desagrade la vida de los pecadores, y por este motivo no incurran al fin en el terrible anatema que á los malos les está prevenido en el estado futuro, con todo, porque perdonan y no reprenden los pecados graves de los impíos, temerosos de los suyos, aunque ligeros y veniales, con justa razón les