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La ciudad de Dios

multitud de fanáticos que corren alucinados por todas partes sirve para que los defiendan y tengan por juicios os: pues lo que insinúa que pasa en el mismo Capitolio, y lo que, sin miedo alguno reprende acremente, ¿quién creerá que lo ejecutan, sino personas que escarnecen de ello ó que están furiosas? Y así, habiéndose reído porque en las funciones sagradas de los egipcios lloraban el haber perdido á Osiris, y luego inmediatamente manifestaban particular alegría de haberle hallado, viendo que el perderle y el hallarle era fingido; aun que el dolor y alegría de los que nada perdieron y nada hallaron, realmente le representaban: «con todo, dice, esta locura y furor tiene su tiempo limitado; es tolerable volverse locos una vez en el año. Vine al Capitolio; vergüenza causará el descubrir la demencia que el desatino, y un furor ridiculo y propio de entusiastas ha tomado por oficio: uno hace como que rinde y sujeta los dioses á Dios, otro se ocupa en avisar á Júpiter las horas, otro se muestra que es lictor, otro untador, que con un irrisible menear de brazos contrahace al que unta. Hay algunas mujeres que fingen están aderezando los cabellos á Juno y á Minerva, y estando no sólo lejos del simulacro, sino del templo, mueven sus dedos como quien está componiendo y tocando á otra. Hay otras que tienen el espejo, otras que llaman á los dioses para que les favorezcan en sus pleitos. Hay quien les ofrece memoriales y les informa de su causa: un excelente Archi—mimo, autor de los representantes, anciano ya decrépito, cada día iba á recitar en el Capitolio, como si los dioses oyeran de buena gana al que los hombres habían ya dejado. Allí vereis ociosos todo género de oficiales, asistiendo al servicio de los dioses inmortales. Y poco después dice: «estos, aunque ofrecen á Dios un ministerio superfluo y excusado, sin embargo, no es torpe ni infame: hay algunas mujeres que están senta-