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La ciudad de Dios

se conozca el hombre á sí mismo y aprenda á amar á Dios con virtud y sin interés. Examinadas atentamente estas razones, veamos sí acaso ha sucedido algún trabajo á los fieles y temerosos de Dios que no se les haya convertido en bien, á no ser que pretendamos decir es vana aquella sentencia del apostol (1), donde dice: «Que es infalible que á los que aman á Dios, todas las cosas, así prósperas como adversas, les son ayudadas de costa para su mayor bien.»



CAPÍTULO X

Que á los santos no se les pierde nada en la pérdida de las cosas temporales.


Si dicen que perdieron cuanto poseían, pregunto: ¿Perdieron la fé? (2), ¿perdieron la religión? ¿perdieron los bienes del hombre interior, que es el rico en los ojos de Dios? Estas son las riquezas y el caudal de los cristianos, á quienes el esclarecido Apóstol de las gentea (3) decía: «Grande riqueza es vivir en el servicio de Dios, y contentarse con lo suficiente y necesario, porque así como al nacer no metimos con nosotros cosa (t) S. Paul. ad Rom., cap. VIII. Scimus, quoniam diligentibus Deum cooperantur in bonum.

(2) San Pedro, 1 ep., cap. III.

San Pablo, 1 ep. á Timot., cap. VI, v. 6, usq. ad. 10. Est autem quaestus magnus, pietas cum sufficientia: Nihil enim intulimus in bunc mundum, sed nec aufferre quid possumus: Habentes autem victum; et tegumentum, his contenti sumus: Nam qui volunt divites fieri, incidunt in tentationem, et laqueis, et desideria multa stulta, et noxia que mergunt homines in interitum, et perditionem: radis est enim omnium malorum avaritia, quam quidem appetentes & fide pererraverunt, et inseruerunt se doloribus multis.