to eran atormentados sus dueños; y si hubo algunos que, aunque nada tenían que poseer patente, como no los daban crédito, los molestaron con injurias y malos tratamientos; también éstos acaso desearían gozar grandes haberes, por cuyo afecto no eran pobres con una voluntad santa y sincera, y este es el motivo por que era necesario persuadirles que no era la hacienda, sino la codicia de ella la que merecía semejantes aflicciones; pero si por profesar una vida perfecta é incorregible no tenían atesorado oro ni plata, no sé ciertamente ai acontenció acaso á alguno de éstos que le atormentasen creyendo que tenía bienes; y, dado el caso de que así sucediese, sin duda el que en los tormentos confesaba su pobreza, á Cristo confesaba; pero aun cuando no mereciese ser creído de los enemigos, con todo, el confesor de tan loable proeza no pudo ser afligido sin la esperanza del premio y remuneración que le estaba preparada en el Cielo.
CAPÍTULO XI
Repondrán que perecieron muchos cristianos al fuerte azote de la hambre, que duró por mucho tiempo: y respondo que este infortunio pudieron convertirle en utilidad propia los ortodoxos, sufriéndole piadosa y religiosamente, porque aquellos á quienes consumió el hambre se libertaron de las calamidades de esta vida, como sucede en una enfermedad corporal; y los que aún quedaron vivos, este mismo azote les suministró los documentos más eficaces, no sólo para vivir con parsimonia y frugalidad, sino para ayunar por más tiempo del ordinario sin sentir decaimiento en los espíritus.