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La ciudad de Dios

para poder disponer tan absolutamente de los cuerpos muertos: pero Dios nos libre de imaginar ser incierto lo que dice la misma verdad. Bien confesamos que estos homicidas operan seguramente por sí cuando quitan la vida, pues cuando ejecutan la misma acción en el cuerpo, hay sentido; pero muerto ya el cuerpo, nada les queda que hacer, pues ya no hay sentido alguno que pueda padecer: no obstante, es cierto que muchos cuerpos de los cristianos no fueron cubiertos de tierra, así como lo es que no hubo persona alguna que pudiese apartarlos del Cielo y de la tierra; la cual llena con su divina presencia Aquel mismo que sabe cómo ha de resucitar lo que crió. Y aunque por boca de su real profeta (1) dice: «arrojaron los cadáveres de tus siervos para que se los comiesen las aves, y las carnes de tus santos las bestias de la tierra. Derramaron su sangre alrededor de Jerusalén como agua, y no había quien les diese sepultura»; más lo dijo por exagerar la impiedad de los que lo hicieron, que no la infelicidad de los que la padecieron; porque aunque estas acciones, á los ojos de los hombres parezcan duras y terribles; pero á los del Señor, «siempre fué preciosa la muerte de sus santos» (2, y así, el disponer todas las cosas concernientes al honor y utilidad del difunto, como son: cuidar del entierro, elegir la sepultura, preparar las exequias, funeral y pompa de ellas, más podemos caracterizarlas por consuelo de los vivos que por socorro de los muertos. Y si no, díganme qué provecho se sigue al impío de ser sepultado en un rieo túmulo y que se le (1) Psalmo 73. Posuerunt mortalia servorum tuorum escam volatilibus Caeli, carnes sanctorum tuorum, bestiis terræ. Effuderunt sanguinem eorum in circuitu Jerusalem; et non erat qui sepeliret.

(2) Psalmo 115. Pretiusa in conspectu Domini more sanctorum ejus.

Tomo I.
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