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San Agustín

erija un precioso mausoleo, y les confesaré que al justo no perjudica ser humado en una pobre hoya ó en ninguna. Famosas exequias fueron aquellas que la turba de sus siervos consagró á la memoria de su Señor, tan impío como poderoso, adornando au yerto cuerpo con holandas y purpura; pero más magníficas fueron á los ojos de aquel gran Dios las que se hicieron al pobre Lázaro llagado, por ministerio de los ángeles (1), quienes no le enterraron en un suntuoso sepulcro de mármol, sino que depositaron su cuerpo en el seno de Abraham, para que desde alli, llegado el tiempo de la redención, pasase á gozar de las dignas moradas del Señor.

Los enemigos de nuestra santa religión escarnecen de esta santa doctrina, contra quienes nos hemos encargado de la defensa de la ciudad de Dios, y, con todo, observamos que tampoco sus filósofos cuidaron de la sepultura de sus difuntos, antes por el contrario, observamos que, en repetidas ocasiones, ejércitos enteros muertos en campal batalla no cuidaron de elegir lugar á donde después de muertos fuesen sepultados, y menos de que las bestias podrían devorarlos, dejándolos desamparados en los campos; por esta razón pudieron deeir con donaire y aplauso los poetas: «que el cielo cubre al que no tiene losa.» Por esta misma razón no debieran baldonar á los cristianos sobre los cuerpos que quedaron sin sepultura, á quienes promete Dios la reformación de sus cuerpos, como de todos los miembros, renovándoselos en un momento con increíbles mejoras, para que en el último día se presenten del mismo modo que existieron en vida á recibir su última sentencia, ó favorable ó adversa, de la cual no hay apelación ni admite rescisión alguna.

(1) S. Lucas, cap. XVI,