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San Agustín

te; pero si la religión de los dioses da después de esta vida la felicidad, como por premio, ¿por qué calumnian á los tiempos cristianos diciendo: le vino á Roma aquella calamidad por haber dejado la Religión de sus dioses? ¿Pues acaso reverenciándolos con tanto respeto pudo ser tan feliz como lo fué Régulo? Puede que acaso haya alguno que contra una verdad tan palpable se oponga todavía con tanta demencia y extraordinariaceguedad, que se atreva á defender que, generalmente, toda una ciudad que tributa culto á los dioses no puede serlo, es decir, porque la potencia de estas deidades es más idónea para conservar á muchos que á cada uno en particular, mediante á que la multitud consta de los particulares. Si confiesan que Régulo, en su cautiverio y corporales tormentos pudo ser dichoso por la virtud del alma (1), búsquese antes la verdadera virtud con que pueda ser también feliz la ciudad, mediante á que la ciudad no es dichosa por una cosa y el hombre por otra, pues la ciudad no es otra cosa que muchos hombres concordes, unidos en sociedad para defender mutuamente sus derechos. No disputo aun aquí cuál fué la virtud de Régulo; basta por ahora decir que este famoso ejemplo les hace confesar, aunque no quieran, que no deben adorarse los dioses por los bienes corporales ó por los acaecimientos que exteriormente suceden al hombre, puesto que el mismo Régulo quiso más carecer de tantas dichas que ofender á los dioses por quienes había jurado. ¿Pero qué haremos con unos hombres que se glorían de que tuvieron tal ciudadano cual temen que no sea su ciudad, y si no temen, confiesen de buena fe que casi lo mismo que sucedió á Régulo pudo suceder á la ciudad, observando su culto y Así lo sienten Cicerón, Séneca y todos los sabios attiguos que hablan de Régulo.