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La ciudad de Dios

culpado cuando se dió muerte, cuanta menos razón tuvo para matarse; porque si justamente abominamos de la acción de Judas y la misma verdad condena su deliberación, pues con ahorcarse más acrecentó que satiafizo el crimen de su traición (1) (mediante á que, desesperado ya de la divina misericordia y pesaroso de su pecado, no dió lugar á arrepentirse y hacer una saludable penitencia), ¿cuánto más debe abstenerse de quitarse la vida el que con muerte tan infeliz nada tiene en sí que castigar? Y en esto hay notable discrepancia, porque Judas, cuando se dió muerte, la dió á un hombre malvado, y, con todo, acabó esta vida no sólo culpado en la muerte del Redentor, sino en la suya propia, pues aunque se mató por un pecado suyo, en su muerte hizo otro pecado, y bastante grave.



CAPÍTULO XVIII

De la torpeza ajena y violenta que padece en su lorzado cuer po una persona contra su voluntad, Pregunto, pues, ¿por qué el hombre que á nadie ofende ni hace mal ha de hacerse mal á si propio, y quitándose la vida ha de matar á un hombre sin culpa, por no sufrir la culpa de otro, cometiendo contra si un pecado propio, porque no se cometa en él el ajeno? Dirán: porque teme ser manchad con ajena torpeza; no manchará si fuese ajena, y ai manchare no será ajena; pero siendo, como es, la honestidad una virtud del alma, y teniendo, como tiene, por su socia á la fortaleza, con la cual puede resolver el padecer antes cualesquiera aflicciones que consentir en un solo pecado, y no es(1) S.
Mateo, cap. XXVII v. 2.