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San Agustín

tando, como no está, en la mano y facultad del hombre más magnánimo y honesto lo que puede suceder de su cuerpo, sino sólo el consentir con la voluntad ó disentir, ¿quién habrá que tenga entendimiento sano que juzgue que pierde su honestidad, si acaso en su cautivo y violentado cuerpo se saciase la sensualidad ajena?

Porque si de este modo se pierde la honestidad, no será virtud del alma ni será de los bienes con que se vive virtuosamente, sino será de los bienes del cuerpo, como son las fuerzas, la hermosura, la complexión sana y otras cualidades semejantes, las cuales dotes, aunque decaigan en nosotros, de ninguna manera nos menoscaban ni acortan la vida buena y virtuosa; y si la honestidad corresponde á alguna de estas prendas tan estimadas, ¿por qué procuramos, aun con riesgo del cuerpo, que no se nos pierda? Pero si toca á los bienes del alma, aunque sea forzado y padezca el cuerpo, no por eso se pierde; antes sí el bien de la santa continencia, cuando no se rinda á las impurezas de la carnal concupiscencia, santifica también el mismo cuerpo. Por tanto; cuando con invencible propósito persevera en no rendirse, tampoco se pierde la castidad del mismo cuerpo, porque está constante la voluntad en usar bien y santamente de él, y cuanto consiste en él, también la facultad. El cuerpo no es вanto porque sus miembros estén integros ó exentos de tocamientos torpes, pues pueden, por diversos accidentes, siendo heridos, padecer fuerza, y á veces observamos que los médicos, baciendo sus curaciones, ejecutan en ellos remedios que causan horror. Una partera examinando con la mano la virginidad de una doncella, ó fuese por odio ó por ignorancia en su profesión, ó por acaso, andándola registrando, la echó á perder y dejó inútil; no creo por eso que haya alguno tan necio que presuma que perdió la doncella por esta acción la santidad de su cuerpo,