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La ciudad de Dios

aunque perdiese la integridad de la parte lacerada; y así, cuando permanece firme el propósito de la voluntad, por el cual merece ser santificado el cuerpo, tampoco la violencia de ajena sensualidad le quita al mismo cuerpo la santidad, que conserva inviolable la perseverancia en su continencia. Pregunto: si una mujer fuese con voluntad depravada, y trocado el propósito que había hecho á Dios, á que la deshonrase uno que la habia seducido y engañado, antes que llegue al paraje designado, mientras va aun caminando, ¿diremos que ésta es santa en el cuerpo, habiendo ya perdido la aantidad del alma con que se santificaba el cuerpo?

Dios nos libre de semejante error. De esta doctrina debemos deducír que, así como se pierde la santidad del cuerpo, perdida ya la del alma, aunque el cuerpo quede integro é intacto, así tampoco se pierde la santidad del cuerpo quedando entera la santidad del alma, no obstante de que el cuerpo padezca violencia; por lo cual, si una mujer que fué forzada violentamente sin consentimiento suyo, y padeció menoscabo en su cuerpo con pecado ajeno, no tiene que castigar en sí, matándose voluntariamente, ¿cuánto más antes que nada suceda, porque no venga á cometer un homicidio cierto, estando el mismo pecado, aunque ajeno, todavía incierto?

Por ventura, ¿se atreverán á contradecir á esta razón tan evidente con que probamos que cuando se violenta un cuerpo, sin haber habido mutación en el propósito de la castidad, consintiendo en el pecado, es culpa sólo de aquel que conoce por fuerza á la mujer, y no de la que es forzada y de ningún modo consiente con quien la conoce? ¿Tendrán atrevimiento, digo, á contradecir estas reflexiones aquellos contra quienes defendemos que no sólo las conciencias, sino también los cuerpos de las mujeres cristianas que padecieron fuerza en el cautiverio fueron inculpables y santos?