otro en que no se deja tiempo para hacerla? Esto he dicho por aquellos que por declinar el pecado, no el ajeno, sino el propio (porque acaso debajo del ajeno apetito no vengan á consentir también con el propio irritado), piensan que deben hacerse fuerza á sí, y matarse.
Pero librenos Dios que el alma cristiana que confía en su Dios, teniendo puesta en él su esperanza y estribando en su favor y ayuda, incida en semejante delirio.
Librenos Dios, digo, que esta alma se rinda y ceda á un deleite carnal, para consentir en una torpeza, aumentando un delito á otro delito. Y si la resistencia carnal, que habita aun en los miembros moribundos, se mueve como por un privilegio suyo contra el de nuestra voluntad, ¿cuánto más será (sin mediar culpa) en el cuerpo del que no consiente, si se halla (sin culpa) en el cuerpo del que duerme?
CAPÍTULO XXVI
De éstas no me atreveré á afirmar cosa alguna sin preceder un juicío muy circunstanciado, porque ignoro si el Espíritu Santo persuadió á la Iglesia con testimonios fidedignos á que celebrase su memoria; y puede ser que sea así. ¿Y quién podrá ave