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San Agustín

y seducción de los impíos demonios que las providencias justas de hombres cordatos: de que se infiere necesariamente que los males que hacéis no queréis imputarlos á vosotros; pero los que padecéis los imputáis á los tiempos cristianos, mediante á que en la época de la seguridad no pretendéis la paz de la República sino la libertad de vuestros vicios, lo que no pudisteis enmendar con las adversidades, porque ya vuestro corazón estaba pervertido con las prosperidades. Quería Escipión que os pusiera miedo el enemigo para que no cayeseis en el vicio, y vosotros, aun hollados y abatidos por el enemigo, no quisisteis desistir del vicio, perdisteis el fruto de la calamidad y de la tribulación, habéis venido á ser miserables y quedado contagiados con vuestros pasados excesos; y, con todo, si lográis el vivir, debéis creer es por singular merced de Dios, que, con perdonaros, os advierte que os enmendéis haciendo penitencia. Por último, hombres ingratos, debéis estar persuadidos íntimamente que este gran Dios usó con vosotros la grande misericordia de libertaros de la furia del enemigo, amparándoos bajo el nombre de aus siervos o en lugares y oratorios de sus mártires, á donde os acogíais, y quedaban por este respeto incólumes vuestras vidas.



CAPÍTULO XXXIV

De la clemencia de Dios con que mitigó la destrucción de Roma.


Refieren que Rómulo y Remo hicieron un asilo ó lugar privilegiado, á donde cualquiera que se acogiese fuese libre de cualquier daño ó pena merecida, procurando con este ardid acrecentar la población de la ciu-