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La ciudad de Dios

supuesto que están sujetos asimismo á las pasiones humanas, de que los dioses están muy ajenos y totalmente libres; de todo lo cual se infiere que cuando aboinina y prohibe Platón las ficciones poéticas, no quita el gusto y entretenimiento de los juegos escénicos á los dioses, todos los cuales son buenos y excelsos, sino á los demonios. Si esto es cierto, aunque también lo ha llemos escrito en otros, sin embargo, Apuleyo Madurense, platónico sobre este punto, sólo escribió un libro que intituló el Dios de Sócrates, donde examina y declara de qué clase era el dios que tenía consigo Sócrates, con quien profesaba estrecha amistad; el cual dicen que acostumbraba advertirle dejase de hacer alguna acción cuando el suceso no podia serle favorable; pero Apuleyo claramente afirma, y abundantemente confirma, que aquel no era dios, sino demonio, cuando disputa con la mayor exactitud sobre la opinión de Platón de la alteza de los dioses, de la bajeza de los hombres y de la medianía de los demonios. Si esto es indubitable, pregunto: ¿cómo se atrevió Platón, desterrando de la ciudad á los poetas, á'abolir y quitar las diversiones del teatro, ya que no á los dioses, á quienes eximió de la plaga y contagio humano, á lo menos á los mismos demonios, sino porque operando con tanto acierto, nos advirtió que el alma del hombre, aun cuando reside en el cuerpo humano por el resplandor de la virtud y de la honestidad, no hace caso de los obscenos mandatos de los demonios, y abomina de su inmundicia? Y si Platón, por un efecto de sentimientos honestos lo reprende y prohibe, sin duda que los demonios lo pidieron y mandaron torpemente; ó Apuleyo se engaña, y el dios que Sócrates tuvo por amigo no fué de este orden, ó Platón siente cosas entre sí contrarias, honrando por una parte á los demonios, por otra desterrando sus deleites y festejos de una república virtuosa y bien gobernada, ó