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San Agustín

no debemos dar el parabién á Sócrates de su amistad con el demonio, cuya deliberación causó tanto rubor y enfado al mismo Apuleyo, que intituló su libro con el nombre del Dios de Sócrates, debiéndole llamar, según su doctrina, en que tan diligente y copiosamente distingue los dioses de los demonios, no del dios, sino del demonio de Sócrates, y quiso mejor poner este nombre en el mismo discurso, que no en el título del libro, pues por beneficio de la sana y verdadera doctrina que dió luz á las obscuras tiniebles de los hombres, todos, ó casi todos, tienen tanto horror al nombre de demonio que cualquiera que antes del discurso de Apuleyo, en que se acredita la dignidad de los demonios, leyera el título del libro del demonio de Sócrates, entendiera que aquel hombre no había estado en su sano juicio; y el mismo Apuleyo, ¿qué halló que alabar en los demonios sino la sutileza y firmeza de sus cuerpos, y el lugar elevado donde habitan? Porque sus costumbres, hablando de todos en general, no sólo no refirió alguna buena, sino muchas malas; finalmente, leyendo aquel libro, no hay quien deje de admirarse que ellos hayan querido que en su culto y veneración les sirvan igualmente con las torpezas y deshonestidades del teatro, y que, queriendo que los tuviesen por dioses, pudiesen holgarse y lisonjearse con las culpas de los dioses, y que todo aquello de que en sus fiestas se ríen, ó con horror abominan por su impura solemnidad, ó por su torpe crueldad pudo cuadrar y convenir á sus apetitos y afectos.