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La ciudad de Dios

bla, el movimiento, infiriendo por estas cualidades lo que les anuncian los demonios, pueden ser también engañados con los embustes y mentiras de los demonios; y si la divinidad de los dioses Do puede ser seducida de los demonios, la misma divinidad no puede ignorar nuestras acciones. Tuviera especial complacencia en que me dijeran estos alucinados eruditos si los demonios comunicaron á los dioses que desagradaron á Platón las ficciones de los poetas sobre las culpas de los dioses, y les encubrieron que ellos se complacían de ta les festejos; ó si les callaron lo uno y lo otro, y no quisieron que los dioses supiesen cosa alguna acerca de este asunto; ó si les descubrieron lo uno y lo otro la prudencia religiosa de Platón para con los dioses, y su apetito perjudicial al honor de los dioses, ó, sí, aunque quisieron encubrir á los dioses, el dictamen de Platón, reducido á no querer permitir que fuesen infamados los dioses con crímenes supuestos por la impía licencia de los poetas; sin embargo, no tuvieron pudor ni temor en manifestarles su propia vileza de que gustaban de los juegos escénicos, en los que se celebraban las ignominiosas criminalidades de los dioses. De estas cuatro razones que les propongo, elijan la que más les agrade, y consideren en cualquiera de ellas con cuánta impiedad sienten de los dioses buenos; porque si escogiesen la primera, han de conceder precisamente que no pudieron los dioses buenos vivir con el virtuoso Platón, mediante á que prohibía la publicación de sus enormes relatos, y que vivieron, sin embargo, con los demonios malos, supuesto que se lisonjeaban de la celebración de sus maldades, y que los dioses buenos no conocían al hombre bueno que distaba en mucho de ellos, sino por medio de los malos demoniosa, á quienes, teniéndolos tan próximos, no podían conocerlos; y si eligiesen la segunda, y dijesen que lo uno y lo otro les callaron TOMO II, 8