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La ciudad de Dios

dirse y callar, cuando Platón con gravedad filosófica fué de dictamen que se desterrasen estas infamias de una república bien ordenada, de modo que ya con esto los dioses buenos son obligados á saber por estos medios las obscenidades de estos perversos, no ajenas, sino de los mismos que se las dicen, y no los permiten y dejan saber lo contrario las bondades de los filósofos, siendo lo primero en agravio, y lo segundo en honra de los mismos dioses.



CAPÍTULO XXII

Que se debe dejar el culto de los demonios contra Apuleyo.


Y supuesto que no deben adoptarse ninguna de estas cuatro cosas, porque con cualesquiera de ellas no se sienta tan impiamente de los dioses, resta que de ningún modo debe creerse lo que procura persuadirnos Apuleyo y cualesquiera otros filósofos que son de su dictamen, y sostienen que de tal manera están colocados en el lugar medio los demonios entre los dioses y los hombres, que son como internuncios é intérpretes, para que desde acá lleven nuestras peticiones, y de allá nos traigan las gracias de los dioses, sino que son unos espíritus deseosísimos de hacer mal, ajenos totalmente de lo que es justo y bueno, llenos de soberbia, carcomidos de envidia, forjados de engaños y cautelas, que habitan en la región del aire, porque cuando los echaron de la altura del cielo superior, por lo que merecieron por la culpa y transgresión irreiterable, los condenaron á este lugar como á cárcel conveniente para ellos; y no porque la región del aire sea superior en el sitio á