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San Agustín

te que los demonios han resultado de las almas de los hombres difuntos, á quienes por el arte que descubrieron los hombres que caminaban errados, infleles y sin religión, dice que los hicieron entrar dentro de los simulacros, por cuanto los que formaban tales dioses no podían realmente crear almas, habiendo dicho él mismo de Isis lo que tengo referido. A cuantos sabemos que ha dañado el tenerla irritada, prosiguiendo dice, porque es muy fácil enojarse los dioses terrenos y mundanos, como aquellos que de ambas naturalezas los han formado y compuesto los hombres. De ambas naturalezas, dice, de alma y de cuerpo, de modo que por el alma se entienda el demonio, y por el cuerpo el simulacro; por lo que sucedió, añade, que los egipcios llamaron á estos animales santos, ordenando que en todas las ciudades se adoren las almas de los que en vida los consagraron; de tal suerte, que con sus leyes se gobiernen y se llamen con sus propios nombres. ¿De qué aprovecha aquella como si fuera queja lastimosa, que vendría tiempo en que la tierra de Egipto, venerable asiento de los delubros y templos, estaría llena de sepulcros y de muertos? En efecto, el seductor y falso espiritu que impelía á explicarse así á Hermes, fué obligado á confesar por boca del mismo Hermes que ya entonces estaba aquella tierra innundada de sepulcros y de difuntos que adoraban por dioses; pero el sentimiento de los demonios les hacía hablar por boca de este sabio, porque les pesaba de ver que se acercaban, y amenazaban las duras penas que habían de padecer en las memorias ó capillas de los Santos mártires; pues en muchos lugares de estos son atormentados, como lo confiesan ellos mismos, echándolos de los cuerpos de los hombres, de quienes estaban tiránicamente apoderados,