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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XXVII

Del modo con que los cristianos honran á los mártires.


Tampoco nosotros fundamos en honor de los mártires templos, sacerdotes, sacrificios y solemnidades porque sean nuestros dioses, sino porque el Dios de éstos es el nuestro. Es cierto que honramos su memoria como de hombres santos, amigos de Dios, que combatieron por la verdad hasta aventurar y perder la vida de sus cuer pos para que se manifestase la verdadera religión, convenciendo y confundiendo las falsas y fingidas religiones, lo cual si algunos lo sentían antes, de miedo lo disimulaban y reprimían; ¿y quién de los fieles oyó jamás que estando el sacerdote en el altar, aunque fuese hecho el sacrificio sobre algún cuerpo santo de cualquiera mártir á honra y reverencia de Dios, dijese en sus oraciones: Pedro, ó Pablo, ó Cipriano, yo te ofrezco este sacrificio, supuesto que es innegable que el que se ofrece en sus capillas ú oratorios á Dios, que los hizo hombres y mártires, y los honró y juntó con sus santos ángeles en el Cielo, para que con aquella ofrenda demos gracias a Dios por las victorias de estos ínclitos soldados de Jesucristo, y para que á imitación de semejantes coronas y palmas, renovando su memoria y suplicando al mismo Señor que nos favorezca, nos animemos? Todas las obras piadosas que practican los hombres devotos en los lugares de los mártires son beneficios que ilustran las memorias, no sacrificios que se hacen á muertos como á dioses, y todos los que allí llevan sus comidas, aunque esto no lo hacen los mejores cristianos, y en las más partes no hay tal costumbre, y con todo, los que lo ejecutan, y en poniéndolas allí oran, las quitan, ó para comerlas, ó para distribuirlas