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San Agustín

ren llamar bienes, sino comodidades á los bienes del cuerpo y á los exteriores, porque no quieren que haya otro bien en el hombre sino la virtud, somo que esta es el arte y norma de bien vivir, la cual no se halla sino en el alma, á cuyos bienes llaman los platónicos llanamente y según el común modo de hablar, bienes, aunque en comparación de la virtud con que se vive bien y ajustadamente, son bien pequeños y escasos; de doude se sigue que como quiera que los unos y los otros los—llamen, ó bienes ó comodidades, con todo, los estiman en igual grado, y que en esta cuestión los estoicos no ponen cosa particular, sino que se agradan en la novedad de los vocablos; así que soy de dictamen que en la actual controversia sobre si el sabio suele tener pasiones ó perturbaciones del alma, ó si está del todo libre de ellas, hay más disputa en las voces que en la substancia, pues presumo que estos filósofos en este punto sienten lo mismo que los platónicos y los peripatéticos, en cuanto á la fuerza y naturaleza del asunto controvertido, no en cuanto al sonido de las palabras: porque omitiendo otras particularidades con que pudiera demostrarlo, por no ser prolijo expondré solamente una, que será evidentísima. En los libros intitulados de las Noches Aticas escribe Aulo Gelio, sujeto muy instruído y elocuente, que se embarcó y navegó en cierta ocasión en compañía de un famoso filósofo estoico. Este sabio, como lo refiere más larga y difusamente el mismo Aulo Gelio, lo cual tocaré bien de paso, viendo la nave combatida de una terrible tempestad y con peligro de sumergirse, conmovido de la fuerza del temor, se demudó totalmente y perdió su color natural. Los que presenciaron tan fatal desgracia notaron la repentina mutación, y aunque advertían que les amenazaba la muerte, estuvieron curiosamente atentos, observando si el filósofo se turbaba en el ánimo;