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La ciudad de Dios

después, sosegada y pasada la borrasca, así como la seguridad y bonanza dió lugar para hablar y también para divertiree, uno de los que iban en la nao, que erahombre rico, natural de la provincia de Asia, y vivía con mucha regalo y ostentación, preguntó, dando chasco al filósofo, por qué había temido y demudado el color, habiendo él permanecido sin recelo alguno en el pasado inminente riesgo. Pero el estoico le respondió lo que Aristipo Socrático, quien oyendo en ocasión semejante las mismas palabras de otro hombre, le dijo que con justo mativo no se había turbado por la pérdida de la vida de un hombre tan perdido y disoluto como él, mas que fué muy puesto en razón que temiese por la vida de Aristipo, habiendo así cortado y tapado la boca con tal respuesta á aquel hombre poderoso.

Preguntó después Aulo Gelio al filósofo sobre su anterior terror, no con intención de sonrojarle, sino por saber cuál había sido la causa de su miedo, quien por enseñar y satisfacer completamente á uno que deseaba con vivas ansias saber, sacó luego de un fardito suyo un libro del estoico Epicteto, donde se contenían doctrinas conformes á los decretos y opiniones de Zenón y de Crisipo, los cuales sabemos fueron los príncipes y corifeos de los estoicos. En este libro dice Aulo Gelio que leyó que había sido opinión de los estoicos que las visiones del alma, que llaman fantasías y no dependen de nuestra potestad y albedrío, acontecen y dejan de acontecer á el alma cuando proceden de representacio nes horribles y temibles, y así es necesario que conmuevan y agiten aun el ánimo de un sabio, de modo que se encoja algún tanto de miedo ó se intimide con la melancolía, en atención á que estas pasiones previenen y se anticipan al ejercicio del juicio y de la razón; pero que no por eso causaban en el alma la opinión del mal, ni se aprobaban ó consentian en ellas; porque quie-