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San Agustín

ren que esto esté en nuestra facultad, y entienden hay esta diferencia entre el ánimo del sabio y el del necio, que el ánimo del ignorante se rinde á las pasiones, acomodándoles el consentimiento de la voluntad, pero el del sabio, aunque las padezca necesariamente, con todo, conserva y guarda en su integra y firme voluntad el verdadero y sólido consentimiento sobre lo que con justa causa debe ó no apetecer. Este raciocinio le he expuesto como he podido, aunque no con tanta extensión como Aulo Gelio, pero á lo menos más conciso, y á lo que presumo, más claro, lo cual refiere este escritor haberlo leído en el libro de Epicteto con cuanto dijo y sintió siguiendo la doctrina de los estoicos. Y si esto es positivo, no hay diferencia, ó muy poca, entre la opinión de los estoicos y la de los otros filósofos sobre las pasiones y perturbaciones del alma, mediante á que unos y otros defienden y eximen al ánimo del sabio de su dominio, y por eso mismo dicen acaso los estoicos que no las padece el sabio, porque no entorpecen con error alguno ó maculan su sabiduría, con que efectivamente es sabio. Sin embargo, suceden en el ánimo del sabio, salva la tranquilidad de la sabiduría, por respecto á aquellas que denominan comodidades ó incomodidades, aunque no los quieren llamar bienes ó males; porque si realmente aquel filósofo no estimara aquellos objetos que veía que había de perder en el naufragio, como es esta vida y la salud del cuerpo, no temiera tanto aquel peligro que le publicara tan bien con demudarse y perder su color; con todo, podía padecer aquella extraña conmoción, y tener con esto fija en su ánimo la opinión de aquella vida y salud del cuerpo, con cuya pérdida le amenazaba aquella cruel tormenta, no eran bienes que á los que los poseían hacían buenos, como lo hace la justicia, y lo que dicen de aquéllos no se deben Mamar bienes,