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La ciudad de Dios

nen odio ó amor á algunos hombres, no son absolutamente del número de todos los demonios, sino de los malos, de quienes dijo Apuleyo que corrían tormenta con las borrascas de su ánimo por las procelosas ondas de sus pensamientos dudosos, ¿cómo podremos comprender este enigma, pues cuando lo decía no describía la medianía de algunos en particular, esto es, la de los malos, sino generalmente la de todos los demonios entre los dioses y los hombres, por razón de sus cuerpos aéreos? Esto, dice, es lo que suponen los poetas el formar dioses de tales demonios, ponerles nombre de dioses, y de éstos distribuir entre los hombres que ellos estiman los amigos y enemigos, con la desenfrenada licencia de su fingido verso, confesando por otra parte que los dioses están muy lejos de las condiciones de los demonios, así por razón del lugar celestial que ocupan como por la riqueza y abundancia de la bienaventuranza que poseen. Esta es, pues, la ficción de los poetas, llamar dioses á los que no son dioses, y obligarles á renir entre sí, bajo el nombre de dioses, por amor de los hombres que ellos, según la parcialidad que han adoptado, aman ó aborrecen; y dice que no dista mucho de la verdad esta ficción, porque llamando dioses á los que no lo son, sin embargo, los pintan tan demonios como son en sí mismos: por último, dice que de estos fué aquella Minerva de Homero, que en medio de las discordias de los griegos, acudió á reprimir y aplacar á Aquiles: así que, el ser aquella Minerva quiere que sea ficción poética; porque, en efecto, tiene por diosa á Minerva, y la coloca muy lejos del trato y comunicación de los mortales en elevado etéreo, asiento principal entre los dioses, de quienes cree que son buenos y bienaventurados: y ser algún demonio que favorecía á los griegos en contra de los troyanos, como señaló otro que ayudaba á los troyanos en contra de los griegos, á